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ocurren los procesos educativos que facilitan la
adherencia de los nuevos miembros al grupo.
En este sentido, “la educación es una necesidad
de la vida humana en su sentido más vital pero
también tiene una importante función social
cuando nos referimos a los seres humanos
agrupados y organizados socialmente” (Dewey,
2004, pp. 77).
Asimismo, Dewey (1970) señala que, en las
organizaciones complejas, la educación
adquiere ciertos rasgos característicos debido a
la fragmentación inevitable de su estructura. En
las organizaciones complejas se hace necesaria
la escuela, la cual funciona en primera instancia,
como un órgano social que ofrece ambientes
específicos y simplificados; por otra parte,
minimiza los rasgos perjudiciales del medio
ambiente existente para que no influya en los
hábitos mentales de los educandos; y, por
último, proporciona oportunidades para que
cada integrante de la asociación pueda liberarse
de las limitaciones propias del grupo social. En
esta misma línea de argumentación, Luzuriaga
(2012) sostiene que “(…) la educación es un
hecho real, efectivo; una realidad de la vida
individual y social humana, que adopta
múltiples formas” (p. 35). Para Luzuriaga
(2012), la educación supone, en primera
instancia, una dimensión individual que tiene
que ver con la continua modificación o
transformación de los individuos a partir del
conocimiento y experiencias que van
adquiriendo a lo largo de su vida. En este
sentido, la educación abarca tanto los aspectos
de la experiencia de vida adquirida por parte de
los individuos, así como los conocimientos y la
profesionalización adquiridos con la educación
escolarizada. Por otra parte, la educación tiene
también una dimensión social, la cual se refiere
al efecto directo que ésta tiene para los fines de
la sociedad y el Estado; pues a través del
impulso social y estatal de un determinado tipo
de educación logran cubrirse las aspiraciones y
necesidades de éstos.
Y esta realidad de la educación no es sólo de
ahora, sino que ha existido en todos los tiempos.
La historia enseña, que, en efecto, que desde las
épocas más remotas todos los pueblos
conocidos (China, Egipto, India, Grecia, Roma,
etc.) han tenido una u otra forma de educación
con instituciones y maestros adecuados. Pero no
sólo estos pueblos históricos, sino también los
primitivos, han practicado la educación de un
modo menos formal por la participación de los
jóvenes en las tareas familiares y por la acción
de los sacerdotes, magos y adivinos. “La
historia de la humanidad es, en cierto modo, la
historia de los esfuerzos educativos para crear
ciertos tipos de hombres y de vida adecuados las
necesidades y aspiraciones de cada pueblo”
(Luzuriaga, 2012, p. 36).
En este sentido, Dewey (1970) considera que
existe un tipo específico de educación para la
organización social democrática debido a que
este tipo de sociedad presenta una estructura
política y social compleja basada en la libertad,
la pluralidad de intereses y formas de
asociación. La sociedad democrática se
caracteriza por el continuo movimiento y
cambio social. Asimismo, registran una
pluralidad y asociaciones con intereses, lo cual
contrasta con las sociedades despóticas en
donde no hay intereses comunes y compartidos
ni movilidad entre los miembros que la
componen. Para Dewey (1970), “la sociedad
democrática se caracteriza, por un lado, por
registrar numerosos y variados intereses
compartidos, así como por el reconocimiento de
los intereses mutuos como un medio de control
social” (p. 81). Por otro lado, presenta una
interacción más libre y abierta entre los grupos
sociales que la componen y la aceptación de un
continuo cambio de los hábitos sociales. Por lo