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lógica de la profesión y los componentes
académico laboral e investigativo” (p.60).
Teniendo en cuenta estos elementos, se puede
decir que el proceso de formación en la
Educación Superior no implica solamente la
transmisión de conocimientos, habilidades y
hábitos para el desempeño profesional. Se
deben tener en cuenta, además, dimensiones
que caracterizan parcialmente cada uno de los
procesos implicados y garantizan la formación
integral de los profesionales en formación.
Teniendo en cuenta los criterios de Horruitiner
(2006), las tres dimensiones consideradas para
el proceso de formación profesional son la
instructiva, la educativa y la desarrolladora. A
su juicio, el concepto de dimensión aquí
introducido para caracterizar los aspectos
instructivo, desarrollador y educativo, tiene una
visión integradora, holística.
Para Inciarte (2005), cada una de esas
dimensiones es portadora de la cualidad más
general, que es en este caso, la formación.
Tienen como características que: se dan de
forma integrada, conforman una tríada
dialéctica y no es posible establecer una
separación entre ellas. Si bien, no se hace
posible identificar o desarrollar tareas docentes
donde sólo se eduque u otras donde sólo se
instruya o se desarrollen competencias
laborales; en determinados momentos, alguna
puede tener una connotación por encima de las
restantes.
Significa entonces, que el todo (proceso de
formación profesional), es más que la suma de
las partes (dimensiones). Constituye la
integración armónica y coherente de aspectos
instructivos, educativos y formativos, en
función del desarrollo integral del sujeto.
Según Horruitiner (2006), el término
formación, en la educación superior, se utiliza
para caracterizar el proceso sustantivo
desarrollado en las universidades con el
objetivo de preparar integralmente al estudiante
en una determinada carrera universitaria y
abarca, tanto los estudios de pregrado (o de
grado, como se le denomina en algunos países)
como los de posgrado. Teniendo en cuenta los
objetivos de esta investigación, solo se abordan
elementos relacionados con la actividad de
pregrado.
Según Valera (2010) el proceso de formación
del profesional es “…un espacio de
construcción de significados y sentidos entre los
sujetos participantes que implica el desarrollo
humano progresivo, lo que se puede explicar
desde un modelo pedagógico que reconozca
este proceso como un proceso consciente,
complejo, holístico y dialéctico” (p.119). En
otros términos, significa que es “…el proceso
en el que los sujetos desarrollan el compromiso
social y profesional, la flexibilidad ante la
cultura, la trascendencia en su contexto…”
(Valera, 2010, p.119)
En estos análisis se tiene en cuenta el logro de
una integralidad en la formación del
profesional. Es decir, que al insertarse en la
sociedad logre ser flexible y trascendente,
independientemente de la especificidad que
impone cada profesión y sus contextos. De
manera general, se aprecia la necesidad de
enfocarse en una mirada más holística del
proceso formativo que, atienda en mayor
medida la formación de actitudes y valores.
Por su parte, Inciarte y Canquiz (2009) apuntan
hacia una integralidad en la formación,
trabajada desde la atención a la formación del
ser humano, social y profesional, lo que
significa que se deben atender a la par la
formación humanística y la formación
científico-tecnológica.